La investigación en alimentación y nutrición al tablero (I parte)

Por estos días desde diferentes sectores se han suscitado interrogantes sobre la investigación académica que se realiza en las universidades públicas y privadas. Las preguntas incluyen desde los orígenes de los recursos, los creadores de las agendas –en otras palabras quién pone los temas y las preguntas de investigación-, cuál es la utilidad social de la información que se produce y la pertinencia de los canales y estilos de difusión. No es exagerado plantear que la sociedad está esperando más de la academia y que a su vez, los académicos y en concreto los profesores universitarios a ratos parece que perdemos el rumbo. En el campo de la alimentación y nutrición humana estas preguntas también están sobre la mesa.

No pretendo aquí realizar una evaluación de todos y cada uno de los aspectos mencionados. Me referiré solamente a los asuntos sobre el contenido y los actores de las agendas y en un artículo posterior a los mecanismos de difusión del conocimiento académico.

En relación a quién pone las agendas y su contenido, es decir, cómo se definen los temas de investigación considero que estamos frente a una asimilación en ocasiones sin capacidad crítica, frente a lo que se publica en las revistas académicas de más alto impacto y especialmente las que lo hacen en inglés. El tema hegemónico allí son las enfermedades crónicas y muy especialmente la obesidad y los trastornos metabólicos. También es hegemónica y proveniente de las universidades del norte la perspectiva para su análisis: los fenómenos son entendidos como procesos individuales que deben ser tratados como tal. Casi se podría decir que en este aspecto no hay debate sustancial y el único que parece despuntar es el que están poniendo las multinacionales de gaseosas financiando investigadores que traten de demostrar que el problema no es que los niños tomen gaseosas, sino la cantidad de ejercicio que realzan para gastar las calorías en exceso aportadas por estas bebidas. Por fuera de ese desacuerdo parece que no hay más problemas alimentarios y nutricionales por resolver.

La otra perspectiva importada es la de la transición nutricional. Es decir superada la desnutrición y las carencias vamos rumbo a las enfermedades producto de los excesos, nuevamente la obesidad y los trastornos metabólicos. Convencidos de este axioma, nos caen como baldados de agua fría las muertes por desnutrición en la Guajira. Después nos enteramos por los medios de comunicación –porque los investigadores no logramos predecir estos fenómenos- sobre las muertes por desnutrición en otros lugares del país y por último el Ministerio de Salud reconoce que el fenómeno aumentó en los últimos años y que es difícil establecer su magnitud con precisión.

La hegemonía de algunos problemas obstaculiza la capacidad para interrogar nuestra realidad con unos lentes diferentes. Por ejemplo en Colombia en las regiones y municipios más pobres, además de la falta de claridad sobre las cifras reales de algunos problemas nutricionales, hay limitaciones para el acceso a los alimentos no solo por falta de recursos de las familias sino porque hay baja disponibilidad y se presenta lo que algunos llaman “desiertos alimentarios” o en ocasiones se conjugan ambos fenómenos: bajos recursos, baja disponibilidad; por otra parte los alimentos que consume la mayor parte de la población colombiana incluyendo quienes vivimos en las ciudades vienen de muy lejos porque son importados o se producen en condiciones de baja calidad e inocuidad por el uso de agua contaminada o de agrotóxicos. En estos casos los procesos de transporte, el almacenamiento y las técnicas de producción pueden alterar la composición de los alimentos y generar problemas de salud considerables aún no explorados.

Otra perspectiva asimilada sin suficiente debate es la que privilegia la alimentación adecuada durante los primeros mil días de vida. Obviamente nadie sensato discutiría la importancia de la buena alimentación para los niños y niñas y el deber del estado y la sociedad de garantizar este derecho. Sin embargo hay serias dudas sobre los fundamentos teóricos con que se ha pretendido sustentar este criterio de focalización; algunos nos preguntamos si es conveniente acogerla de manera excluyente en Colombia y además se formulan estas posibles preguntas de investigación: ¿no sería mejor hacerse la pregunta contraria: sabiendo las ventajas de la buena alimentación al inicio de la vida, ¿será posible recuperar el tiempo perdido en casos de niños que llegan tarde a este derecho? ¿Habrá posibilidades de tener un mejor nivel de salud en adolescentes a quienes se les garantice la alimentación adecuada? ¿en países como el nuestro la alimentación de los jóvenes puede ser herramientas para la construcción de ciudadanía?

Además de una óptica diferente para analizar los problemas es posible que también requiramos una nueva perspectiva para los potenciales de transformación que están a nuestro alcance. Tenemos un país diverso donde hay más variedad de alimentos de los que encontramos en los supermercados; igualmente componentes nutricionales en nuestros alimentos autóctonos sobre todo en frutas y verduras que pueden ser explorados como parte de terapias de ciertas enfermedades. Es decir, nuestra dieta podría ser más rica, nuestras exportaciones más diversas y nuestras propuestas terapéuticas más innovadoras.

En este sentido entonces conviene preguntarse: ¿quiénes son los actores de estas agendas? En el caso colombiano Colciencias ejerce una influencia a pesar de la crítica y el malestar bien fundamentado que genera esta institución entre las universidades, por sus exiguos recursos, el privilegio a proyectos tecnológicos y sus parámetros para la evaluación de los grupos de investigación. En menor medida también hay un rol de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la OPS cuya falta de financiación por los gobiernos de los países y la dependencia de los recursos de algunas fundaciones filantrópicas genera dudas. Pero hay que decirlo también, la agenda no la ponen estas entidades. De alguna manera hay una conducción desde las universidades y los centros de pensamiento del norte y particularmente de Estados Unidos y Europa quienes además privilegian un método: el cuantitativo. Por otra parte la industria de alimentos local y global también es un actor de la agenda con investigaciones sobre los efectos de los nutrientes con los que se fortifican enriquecen o modifican algunos alimentos procesados.

Frente a esta situación habrá forma de construir un camino diferente? Claro que si. Hay políticas recientes que ayudan en esta tarea: La política de seguridad alimentaria, el plan decenal de salud pública, la política de primera infancia, las encuestas nacionales sobre alimentación y nutrición así como las específicas para población indígena etc. Los insumos existen, pero como siempre, depende en parte de la decisión de los profesores y académicos de asumir nuestra parte. En síntesis nuestra realidad nos pide miradas y soluciones propias en diálogo con la academia global pero con criterio y

Frente a este último punto en cierta medida es ingenuo pensar que los niveles de citación son el reflejo de la difusión y de lo que se llama “apropiación social del conocimiento”. La mayor socialización del saber producido en las universidades no se da porque otros investigadores nos citen sino porque la producción académica y especialmente la publicada en los journals de mayor factor de impacto son la base para la formación de las nuevas generaciones. Tal como sucedió con las grandes políticas diseñadas en los países desarrollados y en particular en Estaos Unidos , los profesores universitarios de nuestros países son la principal correa de transmisión de una manera de ver el mundo y no por nuestras investigaciones sino especialmente porque hoy solo bebemos de la fuentes determinadas por el ingles y el factor de impacto. Hoy en dia la revista académica o “journal” y ojalá en inglés es la única fuente de conocimiento que la mayoría de los profesores admitimos y validamos en nuestros estudiantes.

Aquí habría que preguntarse si no es necesario que combinemos las fuentes de información y dudemos un poco más de lo que aparece como “lo estrictamente científico” así mismo que encontremos unas maneras diferentes de divulgar nuestro conocimiento en medios mas accesibles.

En el caso Colombiano de entrada hay un enorme grado de malestar por la forma y el fondo de la conducción del sistema de investigación ejercida por Colciencias.


Luz Stella Álvarez Castaño

Luz Stella Álvarez Castaño

Nutricionista y Dietista, magíster en Salud Pública y doctora en Salud Pública. Docente de la Escuela de Nutrición y Dietética e investigadora de Grupo de Investigación en Alimentación y Nutrición Humana de la Universidad de Antioquía.

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